En el patio del antiguo Convento de las Rosas de la ciudad de Morelia se divisa una hermosa fuente con azulejos, y en ella, la figura en piedra rojiza de un perro de cuya boca fluye agua. Este perro que parece vigilar cada palmo del patio, existió según los lugareños, de verdad. Hace mucho tiempo el convento era ocupado por niñas de la alta alcurnia, que acudían a esta institución para instruirse en los saberes que solían enseñar en aquella época a las damas. Una de las profesoras, viuda, buena y hermosa, era dueña de un enorme mastín, que había sido el perro de Carlos V, educado en los Países Bajos y en España. El perro poseía una gran fuerza, al mismo tiempo que profesaba un gran amor por las mujeres a las cuales defendía de cualquier posible ataque masculino. Jugaba con las niñas y protegía a las mas adultas, como fiel devoto de los féminas. Un día un joven militar entro en el convento para secuestrar a una de las alumnas de quien había quedado prendado. La joven, que había rechazado su propuesta, se encontraba dormida. El joven acompañado de sus camaradas, se adentro por el patio del convento en la obscura y gélida noche. Pero de pronto el mastín de nombre Pontealegre se lanzo contra el joven y lo hirió de muerte. Los demás secuaces mataron al perro y corrieron apresurados. Desde entonces se decidió erigir una escultura a tan valiente perro y así nacio El Perro de Piedra.